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Pilar Rahola
Con la inapelable persistencia del calendario, el año sobrecargado de
historia que recoge los mitos, los símbolos y los afanes de la mayoría
de catalanes ya ha llegado. Y ahora tendremos que gestionar su
complejidad. Ya no valdrán las declaraciones de intenciones, ni el
castillo de palabras donde habitan los sueños. El 2014 está aquí, y la
realidad se impone por encima de las elucubraciones. Precisamente, pues,
porque es el año en que se concentra el deseo mayoritario del pueblo
catalán, escenificado en una fecha y una consulta, habrá que ser más
sutiles, inteligentes, resistentes y persistentes de lo que hemos sido
nunca. Hasta ahora vivíamos en la poesía de los anhelos, ahora tendremos
que concretar la prosa de los hechos, y no nos regalarán nada. El 2014
será, pues, la prueba del algodón.
La prueba del algodón para
nosotros y… para los otros. Ciertamente es un reto histórico para los
catalanes, que hemos emprendido un camino que no podemos errar. Pero
también lo es para una España que tendrá que probarse a sí misma, y en
función de ello, aprobará o suspenderá –ante los catalanes, pero también
ante el mundo– el test democrático. Si alguien cree en las Españas que
el proceso catalán se puede resolver por la vía del frontón, y que
hacerlo no les provoca ningún daño, no han entendido nada. Porque
incluso aquellos que se sitúan fuera del presente y se afanan por
retornar España a la época de la Contrarreforma no podrán evitar las
consecuencias de formar parte de Europa. Y si la gestión torpe de la
corrupción generalizada, o la sospecha de control sobre el poder
judicial, o las leyes regresivas han dejado España con el prestigio bajo
tierra, una gestión inflexible de la cuestión catalana remataría el
desprestigio. Nada ya es como antes, no estamos en los tiempos del
absolutismo o en las épocas del caballo y el sable, o el toque de queda
represor. España quiere formar parte de los estados democráticos, y esa
voluntad paga un peaje. Además, el frontón es posible cuando el órdago
lo plantea un partido político, o un líder carismático, pero cuando se
trata de una reivindicación mayoritaria, que atraviesa la espina dorsal
de un país y unifica a gentes de todas las edades, orígenes y
condiciones, entonces no hay frontón que valga. Por mucho que lo quiera y
lo intente, España no podrá resolver la cuestión catalana por la vía de
la sordera, el menosprecio y la negativa a todo. Y los más lúcidos lo
saben. Acabado el tiempo del ruido, es el tiempo de la política.
Al
otro lado, también es un momento de prueba para los catalanes, que
tenemos que hacer las cosas mejor que nunca, planteadas en positivo, con
el máximo consenso y con un rigor democrático impecable. No tenemos que
hacerlo bien, tenemos que hacerlo mejor. Porque la distancia que hay
entre soñar la libertad y alcanzarla es un abismo. Y ha llegado la hora
de no fallar.
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