03 de gener 2014

El 2014 será, pues, la prueba del algodón

lavanguardia.cat


Pilar Rahola

Con la inapelable persistencia del calendario, el año sobrecargado de historia que recoge los mitos, los símbolos y los afanes de la mayoría de catalanes ya ha llegado. Y ahora tendremos que gestionar su complejidad. Ya no valdrán las declaraciones de intenciones, ni el castillo de palabras donde habitan los sueños. El 2014 está aquí, y la realidad se impone por encima de las elucubraciones. Precisamente, pues, porque es el año en que se concentra el deseo mayoritario del pueblo catalán, escenificado en una fecha y una consulta, habrá que ser más sutiles, inteligentes, resistentes y persistentes de lo que hemos sido nunca. Hasta ahora vivíamos en la poesía de los anhelos, ahora tendremos que concretar la prosa de los hechos, y no nos regalarán nada. El 2014 será, pues, la prueba del algodón.
La prueba del algodón para nosotros y… para los otros. Ciertamente es un reto histórico para los catalanes, que hemos emprendido un camino que no podemos errar. Pero también lo es para una España que tendrá que probarse a sí misma, y en función de ello, aprobará o suspenderá –ante los catalanes, pero también ante el mundo– el test democrático. Si alguien cree en las Españas que el proceso catalán se puede resolver por la vía del frontón, y que hacerlo no les provoca ningún daño, no han entendido nada. Porque incluso aquellos que se sitúan fuera del presente y se afanan por retornar España a la época de la Contrarreforma no podrán evitar las consecuencias de formar parte de Europa. Y si la gestión torpe de la corrupción generalizada, o la sospecha de control sobre el poder judicial, o las leyes regresivas han dejado España con el prestigio bajo tierra, una gestión inflexible de la cuestión catalana remataría el desprestigio. Nada ya es como antes, no estamos en los tiempos del absolutismo o en las épocas del caballo y el sable, o el toque de queda represor. España quiere formar parte de los estados democráticos, y esa voluntad paga un peaje. Además, el frontón es posible cuando el órdago lo plantea un partido político, o un líder carismático, pero cuando se trata de una reivindicación mayoritaria, que atraviesa la espina dorsal de un país y unifica a gentes de todas las edades, orígenes y condiciones, entonces no hay frontón que valga. Por mucho que lo quiera y lo intente, España no podrá resolver la cuestión catalana por la vía de la sordera, el menosprecio y la negativa a todo. Y los más lúcidos lo saben. Acabado el tiempo del ruido, es el tiempo de la política.
Al otro lado, también es un momento de prueba para los catalanes, que tenemos que hacer las cosas mejor que nunca, planteadas en positivo, con el máximo consenso y con un rigor democrático impecable. No tenemos que hacerlo bien, tenemos que hacerlo mejor. Porque la distancia que hay entre soñar la libertad y alcanzarla es un abismo. Y ha llegado la hora de no fallar.

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